sábado, octubre 31, 2009

En el trópico de cada uno


"No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas.
Soy el hombre más feliz del mundo"
Henry Miller, Trópico de Cáncer.


Antonio Terán Bonilla, en una conferencia dijo algo que me marcó. Él decía en aquella ocasión que dentro del quehacer arquitectónico, lo más difícil era lo concerniente al campo de la restauración, por el equilibrio que se debe mantener en el diálogo de lo antiguo con la nueva propuesta (por lo menos esa es la idea que tengo de lo que dijo, que seguramente estas no fueron sus palabras). Si bien la arquitectura de la ciudad es un continuo en el tiempo y el espacio, cada acción que tengamos, sobre todo en lugares altamente comprometidos con la historia, como pueden ser los centros históricos o las zonas monumentales, es tan delicado como querer arreglar una obra de Beethoven, Rembrandt o Bernini. Es obvio el cambio de técnicas, economías y mano del artista.
Pero algo parecido sucede con la obra personal de cada artista. En cada obra debe existir una evolución, para lo cual debe haber continuidad y no rompimiento. Reinventarse a sí mismo es tan complicado como reinventar a un tercero. La prueba y el error tienen poca cabida en un ejercicio como lo es la arquitectura. La evolución debe venir del pensamiento y no de la obra terminada. La intención se debe leer con más valor que el resultado, pero es este último el fin de la primera.
Se deben tomar las cosas con calma y cuidado... y mucha honestidad. Es indispensable hacer un ejercicio de introspección al final y principio de cada proyecto, sacudirnos las ideas y limpiarnos de lo que nos sobra para poder partir de un punto claro... y ya siendo "el hombre más feliz del mundo", empezar de nuevo.

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