viernes, marzo 24, 2006

el tiempo que no pasa



El tiempo es la medida del movimiento, y el movimiento es la herramienta que nos permite percibir el espacio en sus tres dimensiones. Pero el espacio también nos habla de otro tiempo; el tiempo transcurrido y que se queda, como memoria, impuesto en su esencia. El tiempo que nos habla de acontecimientos, que poco a poco, aprendemos a leer. El tiempo en el que no existía nada, el tiempo de transformaciones, de revoluciones... el tiempo de intervenciones.
Las estaciones de ferrocarril tienen, por ley, que tener siempre un reloj. Junto con el andén, el patio de maniobras, la casa redonda, o el puesto de vigía, el reloj es un elemento fundamental. El reloj nos marca el momento en el que el progreso llegó, botando humo, a la ciudad. El reloj nos marca el momento en el que una persona esperada llega a visitarnos. El reloj nos marca el momento en que un plazo se cumple para quien debe, contra su voluntad, dejar la ciudad. El reloj nos recuerda el momento en que por última vez se despidió a un familiar que partió a la guerra para dejarlo parado hasta su regreso, que nunca llegó. El reloj es entonces, nuestro mejor testigo y símbolo de la historia, de nuestro andar. Y en una estación del ferrocarril, es entonces fundamental.
Cuando el espacio se recicla y su uso cambia, es importante dejar los testigos de lo que antes de nosotros sucedió. No tenemos derecho a "formatear" la memoria del lugar y debemos entonces reconocer eso símbolos que le dan en mayor medida su esencia a los lugares.
La estación que en uso era un "no lugar", se volvería, sin elementos como su reloj, un "lugar sin memoria".
Seguramente todo esto lo tuvo en cuenta Gae Aullenti en su exquisita obra parisina.

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