domingo, septiembre 26, 2010

mi experiencia universitaria





"Por mi raza hablará el Espíritu"
José Vasconcelos, Lema universitario


Con motivo del centenario de la UNAM una la mayoría de los editorialistas de los principales periódicos, revistas, noticieros, etc. han dedicado sus espacios a hablar de sus experiencias personales como universitarios. Leerlos ha sido un orgullo y un gran aprendizaje que abre más mi visión sobre ese maravilloso recinto. Creo que es obligada la reflexión para cada uno de nosotros sobre lo que significó nuestro paso por ahí, lo que nos dejó y sobre el compromiso que seguimos teniendo para ella.
En estos días las imágenes y los recuerdos de la época como estudiante me han sorprendido. No encuentro una manera de organizarlos, pero la verdad es que no tengo por qué hacerlo; recordar momentos desordenadamente, personas, situaciones y sentimientos vividos en la universidad hace que el sabor regrese de una manera deliciosa.

Si en este momento tuviera que escoger un momento de la carrera que me hubiera marcado sería casi imposible... y por otro lado muy fácil. Los años en la universidad fueron todos ellos un solo momento ininterrumpido que marcó mi camino.

El hilo conductor en las editoriales que he leído, de personas cuyas experiencias universitarias ocurrieron en etapas completamente distintas del país y de la misma universidad, ha sido el legado social que la unam inculcó en cada uno de ellos. Para mí ocurrió también.
Y recuerdo perfectamente el momento y el lugar donde esto pasó.
Fue en un cubículo dividido en dos partes, la del fondo tenía una mesa de trabajo esquinada, con 3 sillas, junto a una ventana que daba a una jacaranda enorme. En el primer espacio estaba el acceso y una copiadora sobre una mesa poco más grande que ella. En los horarios en que ocupábamos el cubículo para desarrollar nuestra tarea de servicio social no había nadie más en todo ese piso del edificio de posgrado de la facultad. Este servicio social era sobre todo un trato entre Carlos González Lobo, Erika y yo. Debíamos durante todas las horas que duraba el servicio ordenar, analizar y dar formato al acervo que durante algunos años él había recopilado referente a ejemplos de vivienda mínima desarrollada principalmente en la primera mitad del siglo XX. Esta información sería un cuaderno para el apoyo en la maestría de vivienda, que él mismo impartía. Carlos González Lobo, por su parte, al término del trabajo, nos explicaría qué era lo que durante varios meses habíamos estado haciendo para que de este ejercicio, a veces repetitivo y monótono, resultara una experiencia de aprendizaje para nosotros como alumnos en torno al tema de la vivienda.
El resultado fue, más que una plática, una cátedra privada, donde nos dimos cuenta que ese personaje a veces hosco y malhumorado, pero casi siempre muy amable, tenía dentro de sí una pasión desmedida por un ideal social y que ese cubículo mínimo, obscuro y siempre oliendo al humo de su pipa, era la trinchera donde cada día buscaba la solución al principal problema de los que menos tienen: el derecho a un techo que los proteja de una manera digna. Nunca voy a olvidar esa pasión, esa fuerza, esa sed de más, de una persona hacia su trabajo.


Esa para mí es la UNAM, recibir con pasión para después devolver con pasión.

1 comentario:

Caligari dijo...

Gran blog!
Un saludo!
Te seguimos!