viernes, junio 26, 2009

¿idea o ejecución?



La obra debe realizarse para ser tal.


La obra de arte está compuesta por dos cabos escenciales, quien desarrolla la "idea", en un extremo y quien desarrolla el "acto" en sí. No existe sin uno u otro. Pero culturalmente uno tiene mayor peso que otro dependiendo de quien lo mire. En Europa el director de una película es quien le da el peso específico a la misma, mientras que en Estados Unidos son los actores quienes ponen su nombre (y el productor quien recibe el Oscar..). Así que una película es "de" Fellini, Saura, Truffaut o Almodovar en Europa y de Harrison Ford, Angelilna Jolie o Cameron Díaz en Estados Unidos, donde poco nos importa el director (esto es, obviamente, una generalidad y no se dejan a un lado actores europeos o directores estadounidenses de gran importancia).
Lo mismo pasa entre compositor / intérprete en la música, coreógrafo / bailarín en la danza, etc.

En la arquitectura pasa más o menos lo mismo. Aún en la época de los arquitectos "super star", existe en Estados Unidos un afán por dar nombre a quien finalmente realiza la obra tanto como a quien la idea. Architectural Record anexa la ficha técnica de las obras dando el crédito por la ejecución de las diferentes partes que intervienen a los distintos subcontratistas.

No es difícil encontrarnos en la situación de arquitectos que una vez entregado (y muchas veces mal cobrado) el proyecto, tienen poca o nula ingerencia en el desarrollo y ejecución de la obra, lo que declina, casi irremediablemente, en edificios que nunca fueron lo que "ideó" el autor.

Han pasado casi diez años desde que visité por primera vez una obra de quien fue mi gran ídolo durante la carrera de arquitectura. Richar Meier. La obra, el MACBA. Mucho aprendí de esa visita.. buenas sorpresas y grandes decepciones. Una de esas fue la mala calidad en el acabado de la obra. Saltaban los defectos en una obra que siempre imaginé debía ser inmaculada. Y lo mismo pasó con otras más de diferentes autores, al grado de tener ya cierta aversión a "acercarme demasiado" a los edificios.





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Es entonces que entiendo por qué el Oscar lo recibe quien puso el dinero. Al igual que en el cine, la última palabra generalmente la tiene el dueño y a él se le debe el resultado final de la obra. ¡Que ellos reciban el Pritzker!


martes, junio 16, 2009

entre copas (o "a todo se acostumbra uno...")


Form followed function.

Tras la grata visita de un muy querido amigo el viernes pasado terminé la noche lavando las copas con las que poco antes habíamos compartido un par de tintos y un Asti. Si bien el gusto por el vino, hasta ahora, solo se ha quedado en eso, en puro gusto, y no ha trascendido siquiera a llamarse "hobby" ni nada más pretencioso, siempre me ha dado orgullo tener un buen juego de copas y aprovechar cada ocasión para beber cada uva con su correspondiente contenedor de cristal. Y todo esto lo cito pues la reflexión vino al estarlas lavando, al hacer un poco más consciente la importancia de que así sea; que para cada bebida exista un contenedor específico. Verdaderamente "no se debe" tomar una bebida en la copa errónea. La copa se diseñó siguiendo una función específica en cuanto a tamaño y forma. Existen las diseñadas para guardar los vapores en su interior, hasta que la nariz del bebedor entre por ellos, las hay para recibir la cantidad exacta de licor, o las que son enfriadas para poder prolongar la baja temperatura de la bebida por más tiempo.

¿Por qué nos empeñamos en crear espacios multifuncionales que pretendan recibir cada diferente gota de nuestra vida por igual?

La versión 2.0 de la casa circular, o loft, pretende ser la copa mágica que pueda recibir cualquier bebida en su interior. Estéticamente sorprendente, esa sorpresa dura lo que no tardamos en girar 360 grados la cabeza. En un momento todo está visto. Se acabó la sorpresa. Es ahí donde todas las escenas de la película se llevaran a cabo. Punto.

... prefiero mi juego de copas de cristal.



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sábado, junio 06, 2009

¿Dónde guardamos las cosas?


No sé si sea algo común en el gremio, pero parece que siempre olvido la cantidad de cosas que se acumulan continuamente.

Estoy en medio de una limpieza total ("borradita general", como decían en las correcciones de las clases de proyectos) de mi espacio de trabajo ("lugar de engorde" como es nombrado en esa hítica novela Generation X). Pues resulta que llegó un momento en el que era casi imposible llegar al escritorio sin tener que pasar sobre cajas... y ni pensar en recibir clientes. Mascarilla en cara desenpolvé una a una las cajas y de ella salieron, más que objetos, recuerdos. Recuerdos con cara de juguetes, recuerdos con cara de libretas de viaje, recuerdos con cara de material que el oficio ha relegado a los museos, recuerdos de la época en la que los 3D se llamaban maquetas. Tenemos la mala práctica de guardar los recuerdos en forma física el mayor tiempo que podamos, llenándonos de cajas de ellos que tristemente se volverán a olvidar.
En realidad la limpieza no arrasó con todo, seguramente por que esas cajas ya habían pasado por otra revisión igual con anterioridad.

Todo esto me llevó a pensar en los espacios destinados para el olvido, y cómo nos olvidamos de ellos. ¿Se han fijado que ni arquitectos ni clientes le dan tanta importancia a esos espacios? Si las cosas que guardamos son tan importantes que no se deben tirar a la basura, ¿por qué terminan en el hueco bajo la escalera, en el baño de visitas, o en el cuarto de servicio que no podrá volverse a utilizar como tal?  Parece que en nuestra indecisión de saber qué hacer con nuestros propios recuerdos, los mandamos a un limbo espacial en espera que el tiempo nos conceda la sabiduría, o el valor, necesarios para finalmente botarlos fuera de nuestras vidas. 

¿Cuántas ideas tendremos arrumbadas en la cabeza?